Los señores Roja enviaron a su
hija a casa de la abuelita, que vive al otro lado del peligroso bosque. ¡Qué
irresponsabilidad! Desde luego hay
parejas que nunca deberían ser padres. Y es que no pueden ser de fiar unos
individuos capaces de poner a una recién nacida el nombre de Caperucita.
La niña, que en toda su vida sólo
había tenido el vestido que llevaba puesto, no conocía a la anciana pero caminó
sin amilanarse ante aullidos, graznidos y demás ruidos que llegaban de la
espesura. Cruzó ríos, esquivó fieras y alimañas hasta que, no me pregunten cómo,
llegó ilesa cuando ya hacía tiempo que la oscuridad de la noche se había
adueñado de aquellos parajes.
––Abuelita, abuelita… ¡qué ojos
más grandes tienes!
––Soy el búho, ¡gilipollas! La vieja vive detrás de aquel roble.
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