El autobús paró cerca del río.
Desde el interior pintaron las lunas con spray, lo cual impedía conocer el
número exacto de secuestradores y rehenes. Después nada. Ninguna respuesta al
jefe de policía, que se desesperaba tras el megáfono. Ni un movimiento hasta
que a medianoche soltaron a un par de críos y una embarazada. Antes del alba se
entregaron. Y ya está.
No pidieron pizza ni refrescos. No
hubo persecuciones ni disparos. Tampoco apareció esa tía buena que, al final, se
reconcilia con el negociador. ¡Qué difícil es contar una historia cuando no
ocurre nada! Supongo que por eso me
salió esta mierda de microrrelato.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.