Lo tenía todo calculado. El
lugar, la hora y hasta las palabras exactas que iba a escribir en la nota.
Sabía de antemano cuales iban a ser mis movimientos e incluso qué quería pensar
en cada instante. Lo que no podía preveer es que las voces de unos niños
cantando villancicos iban a llegar desde la calle para desbaratar mis planes.
Bajé al bar. Un café y cambio
para la máquina. Cuando la música y las lucecitas anunciaron el premio dejé las
monedas cayendo en el cajetín y volví a casa. Esta vez me aseguré de cerrar
bien la ventana antes de volver a sentir ese frío metálico en mi sien.
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