Una luz amarillenta que quiere
escapar se estrella contra mí cuando abro la puerta y me cruzo con el último
cliente. Siento entonces un calor acogedor mientras los camareros, sin prisa,
limpian el suelo moviéndose entre mesas con las sillas alzadas del revés. Percibo
entonces ese olor a ginebra, como cada vez que ella limpia la encimera del
vetusto mostrador. Ese aroma que, noche tras noche, me hace sentir bien.
––¿Te falta mucho para salir?
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