––¡Pito-blanca! ––gritó con medio
cigarrillo apagado en la comisura de los labios––. ¡El que sabe, sabe!
Al incorporarse sintió de nuevo
aquel pinchazo en el pecho, aunque continuó sin darle importancia ni comentarlo
con nadie.
––¡Que estáis dormidos, chavales!
¡Así no os va a alcanzar la pensión para pagar rondas!
Prendió la colilla y partió, con
el coñac y el dominó corriendo por sus venas. Sin saber, claro, que nunca más
iba a regresar.
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