Sí, señor juez: En clase todos nos
temíamos lo peor. El maestro nos castigaba, se burlaba de nosotros y, en
ocasiones, nos pegaba. Hasta que, aquel aciago día, colgó al bueno de Contreras
del árbol que había en el patio. Y todo porque decía que nunca le escuchábamos.
¡El muy imbécil jamás se enteró
de que era un colegio para sordos!
Me encanta el final. Tenemos que tender a sorprender al lector ;).
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