Había llegado a ser el amo del
barrio y ahora se arrastra sin rumbo por sus calles, sin importarle que esos
mierdas se estén adueñando de su territorio. No es que le preocupe estar
fichado por la pasma, ni ser la comidilla de quienes antes no se habrían atrevido
ni a mirarle de frente. Es que, desde que aquella niñata lo denunció por
robarle la cartera, no había vuelto a ser el mismo.
Pero aquello no iba a quedar así.
Facultad de Derecho había visto en su carné de estudiante. La acechó una
temporada, vigilando sus movimientos. Hasta que un día apareció de la nada para
decirle: ¡te quiero!
Me encanta cómo conviertes al más macarra del barrio en un inocente corderillo. Sorprendente. Eres todo un «arrojador de piedras».
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